lunes, 13 de febrero de 2012

Capítulo III: Las Calles De Murcia

La noche ya había caído cuando Míkel y Paco llegaron al centro de la desconocida para ellos ciudad de Murcia.
No conocían nada de aquella urbe, y a la hora que era, en pleno invierno, los negocios estaban todos cerrados y no quedaba ni un alma por la calle. Seguían caminando, a ver si encontraban algo abierto, algún bar, algún sitio donde comer, ya que no probaban bocado desde hacía ya más de veinticuatro horas.
Llevaban un rato en silencio cuando Míkel recordó una conversación pendiente.

-Oye Paco, tienes que explicarme de qué iba eso de que el dinero era de dudosa procedencia. Me dijiste que lo tenías por la herencia de tu tía.
-Pues no lo era, el dinero viene de otra parte y no quiero hablar del tema.
-Pues vas a tener que hablar, porque estamos juntos en esto, ¿sabes? Tengo todo el derecho a saberlo.
-Ya lo sé hombre, ya lo sé. Mira, el dinero es de unos inversores. Unos inversores que no se van a poner nada contentos cuando se enteren de que lo hemos perdido y no tenemos la mercancía, así que ya veremos lo que hacemos cuando volvamos a casa, pero lo primero es volver, y no tenemos coche, no tenemos dónde dormir ni sabemos cómo volver a casa, así que esperemos hasta mañana y entonces buscamos un autobús o algo en lo que volver.
-Bueno, pero nada de secretos en adelante ¿eh? 
-Vale hombre, vale. Oye, ¿qué es eso?

Habían estado absortos en su charla sin darse cuenta de que se habían adentrado en un barrio bastante dudoso, pero no repararon en ello porque al torcer una esquina habían encontrado un rayo de esperanza en la oscuridad de su situación, un oasis en el desierto, un bar.

El cartel luminoso se podía ver desde cien metros de distancia. Cuando se acercaron un poco pudieron leer el  nombre del lugar, "MOGAMBO'S CLUB" escrito en intermitentes y estilizadas luces de neón.
No hacía falta ser una lumbrera para adivinar de qué clase de establecimiento se trataba, y mucho menos para un par de hombres que habían visitado negocios similares en más de una ocasión, así que no se lo pensaron dos veces y se adentraron en aquel presuntuoso puticlub.

Una vez dentro, se sentaron en la barra y se miraron el uno al otro, casi leyéndose el pensamiento. Al mismo tiempo, ambos habían caído en la cuenta de que no tenían casi nada de dinero. Sacaron sus carteras y entre ambos no juntaban ni diez euros, que por cierto era el precio de cada consumición.
Un camarero con un tatuaje en la cara y pinta de delincuente se acercó y con acento canario les preguntó qué iban a beber.

-Venimos un poco cansados de andar, pónganos un agua para recuperar el aliento y en un ratito empezamos con los cubatas.-Respondió Míkel en un alarde de ingenio para ganar algo de tiempo y que no les echaran de allí como a sucias ratas.

Pasaron diez minutos y aún seguían con el vaso de agua. El camarero llevaba ya cinco de esos minutos mirándolos y sospechando que la liquidez del dúo era más que limitada. Se volvió a acercar y les volvió a preguntar.

-Caballeros, espero que hayan disfrutado de su agua, ahora díganme, ¿Qué van a tomar?

Guardaron silencio y se miraban entre ellos para volver a mirar al camarero una y otra vez. Paco estaba ya a punto de levantarse cuando de pronto una voz femenina asomó entre sus cabezas.

-Ay Adrián, no presiones a estos hombres tan guapos, ponles un especial de la casa a cada uno, que los invito yo.

Ambos miraron atrás, para ver quién había sido la que les había salvado del frío de la noche murciana con su invitación. Cuando se giraron, había allí dos jóvenes señoritas con un vestuario cuanto menos impertinentes. Míkel y Paco empezaron a babear como cada vez que estaban en presencia de alguna fémina.

-Muchas gracias por la invitación, guapa, ¿cómo te llamas?-Preguntó Míkel
-Me llamo Ruth, y esta de aquí es mi amiga Raimunda.-Contestó la pelirroja
-Vosotros podéis llamarme Rai que es más bonito, como vosotros.-Añadió Raimunda, con tono seductor.
-Yo me llamo Míkel y este es Paco, estamos un poco perdidos ya que no somos de aquí, pero me encanta la hospitalidad de la gente de Murcia.-Dijo Míkel, viniéndose arriba ante el cumplido de la prostituta.
-No podíamos dejar que dos visitantes tan apuestos pasaran sed.-Sentenció Ruth.

Las amables palabras de las chicas les tenían ya, como diría un conocido suyo, con el "banderín de enganche" preparado.
Se bebieron al menos cuatro "especiales de la casa" cada uno, por lo que estaban ya un poco entonados, pero harían falta otros cuatro para que dos hombres con el hígado tan curtido como ellos empezaran a estar realmente borrachos.
Entre risas y risas pasó una hora y media, e intuyendo el devenir de los acontecimientos, Míkel decidió ir al baño antes de pasar a la acción.

-Paco yo voy a mear, ¿vienes o qué?
-¿Que quieres, que te la aguante? Ve tu que yo estoy muy bien aquí.-Contestó Paco con su media tajada.
-Tus muertos.

Mikel caminó hacia los servicios mientras oía a Paco y a las chicas reirse con el ya bastante trillado chiste. Despues de una larga micción, Míkel se lavó las manos y esbozó una sonrisa socarrona frente al espejo, imaginándose lo que la noche le deparaba.
Al salir del baño se dispuso a volver con su compañero y su compañía, pero vio a dos mujeres abrazadas caminando escaleras arriba dándose besos y garantoñas. Él nunca había visto algo parecido en primera persona, por lo cual era algo que le intrigaba bastante, y debido a su estado de embriaguez, no le pareció tan mala idea seguirlas a ver si podía ver algo y así satisfacer su curiosidad en cuanto a la homosexualidad femenina se refería.

Subió las escaleras y las vio entrar en una de las habitaciones. Se acercó sigilosamente y descubrió que, por suerte para él, se la habían dejado entreabierta en un descuido.
Míkel sentía que estaba viviendo un sueño mientras las miraba desnudarse, ajenas a la presencia de un pervertido Míkel que ya notaba un protuberante bulto en su pantalón. Míkel no podía verles la cara porque el cuarto estaba bastante oscuro, pero a una de ellas se le ocurrió una idea.

-Oye mami voy a coger uno de mis juguetitos, ya verás qué rico.-Dijo una voz latinoamericana.

Y al encender la luz para buscar el consolador en uno de los cajones de la cómoda, Míkel pudo ver la cara de las dos mujeres de aquella habitación, se fijó primero en la mulata, de cuerpo escultural, pero cuando vio a la otra, se quedó totalmente paralizado.
No podía creerlo, no podía creer que estuviera viendo a quien estaba viendo, ¿sería efecto del alcohol? No era posible, no con esa cantidad.

Estaba viendo nada más y nada menos que a María del Pilar Fagundo Antares, más conocida como la Juez de Murcia.

La erección se le bajó de golpe, jamás habría imaginado que alguien tan ilustre y tan respetada por toda una ciudad, se convertía, despues del ocaso, en una lesbiana putera en un burdel de tres al cuarto. No obstante, la segunda reacción de Míkel, seguramente debido a que su juicio estaba en parte nublado por los traumáticos acontecimientos del día anterior, y en parte nublado por su nivel etílico que iba in crescendo a medida que pasaban los minutos, fue de alegría. Alegría por encontrar a alguien conocido que seguramente podría poner fin a sus problemas rápidamente, así que sin pensarlo dos veces, abrió la puerta de par en par y saludó animosamente.

-¡Hola Maripili!

La juez se levantó dando un respingo, con la cara blanca del susto y tapando sus vergüenzas con una sábana. Míkel prosiguió.

-No sabes la alegría que me da verte, tienes que ayudarme, no veas el problema que tengo, bueno, que tenemos, resulta que nos han timado unos tipos, encima nos han robado el coche...

No pudo terminar la frase, ya que la ilustrísima magistrada del juzgado de Murcia se puso a gritar llamando a seguridad. Míkel no entendía por qué hacía eso, quizá no le había conocido, pero de todas maneras no se iba a quedar a averiguarlo. Aparecieron del final del pasillo dos enormes hombres enchaquetados y con cara de pocos amigos, lo cual hizo que Míkel saliera corriendo escaleras abajo.
Casi se cae por las escaleras huyendo de los matones, pero consiguió llegar de una pieza hasta el lugar donde estaban Paco y las dos meretrices.

-Coño, no veas si has tardado en mear.-Dijo Paco con cierto tono de cachondeo.
-Paco déjate de tonterías, hay que salir de aquí pero ya.
-De eso nada, ahora que se está poniendo la noche interesante de aquí no me muevo.
-Hazme caso hombre, que si no salimos ahora, vamos a salir más tarde pero en una caja de pino.
-¡Que no me voy, coño!

Pero su testarudez se vería superada por el miedo, ya que cuando vio bajar a los dos matones, el camarero cogió un bate de beisbol de debajo de la barra. No hizo falta ni una palabra más para que Paco se levantara como un resorte y saliera del bar a una velocidad que ni él mismo sabía que podía alcanzar. Salieron de aquel bar sin siquiera despedirse de las muchachas con las que pretendían yacer.

-Con los "especiales de la casa" que se han tomado, no creo que lleguen demasiado lejos.-Aseguró Ruth con gesto malicioso.

Salieron de allí corriendo calle abajo, seguidos por los matones de la juez. Despues de cinco minutos corriendo ya no podían más, pero sabían que esos dos gorilas les estaban siguiendo la pista.

-¿Pero qué has hecho desgraciado?-Preguntó Paco.
-Yo no he hecho nada, solo le dije hola y se puso así.
-¿Y por qué nos persiguen esos tíos?
-Pues no lo sé, pero lo que si sé es como se las gasta la Maripili, y no creo que le haga mucha gracia que yo sepa su secreto.
-Me cago en tus castas.-Sentenció

Siguieron callejeando durante un rato hasta que perdieron de vista a sus perseguidores y aprovecharon para sentarse en un portal a descansar. El alcohol les estaba subiendo, pero notaban una sensación rara, como de un cansancio más allá del cansancio físico.

-Paco me encuentro mal.
-Yo también, no se que me pasa que estoy como flácido.
-Sí, y tengo mucho sueño.

Se miraron y ambos comprendieron lo que les estaba pasando, las agradables señoritas del "Mogambo's Club" les habían echado droga en la bebida.

-Esas malditas zorras nos han drogado, ¿qué hacemos ahora?
-Pues nada, dormir aquí mismo, ya nos despertará alguien o nos detendrán o algo, ahora mismo me da igual todo.

A Míkel también empezaba a darle igual su situación debido al efecto de las drogas. Pero justo cuando iban a quedarse dormidos, apareció un coche negro que se dirigía hacia ellos.

-¡Paco no puedo moverme!.-Gritó Míkel

Pero Paco ya había sucumbido al efecto de aquel sedante, y Míkel solo podía balbucear. Estaba totalmente paralizado.
Solo podía observar como el coche se detenía justo delante de ellos, con los faros deslumbrándole. De él se bajaron los matones de la juez que se acercaban a ellos mientras Míkel terminaba rindiéndose al sedante y quedándose dormido.

Con la boca seca, un horrible dolor de cabeza y la misma sensación de deslumbramiento con la que se durmió, Mikel despertó. Pero no estaban en aquel portal donde se quedaron dormidos, sino que estaban dentro de un coche. Miró por la ventana y estaban en una especie de gasolinera en medio de la nada.
Aturdido, despertó a su compañero.

-¡Paco, Paco! Mira dónde estamos.
-Coño, ¿que pasa? ¿dónde cojones estamos? ¿qué mierda ha pasado?
-No lo sé.

Míkel bajó del coche en aquella soleada gasolinera, debía ser casi mediodía, porque el sol estaba bastante alto aunque hacía frío todavía. Se bajó casi tropezándose, ya que aún las piernas no le respondían demasiado bien, pero se le iluminó la cara cuando se dirigió a su compañero.

-Paco, este es mi coche.